Fiel al oficio del tiempo, la casa ha envejecido
lentamente: llueve y siento la lluvia rodar entre sus grietas, colándose por
ellas, horadándolas, erosionando con persistencia de martillo las paredes.
Lluvia que abre heridas nuevas en los muros, que levanta las losas y derriba los techos.
Maderas astilladas contra el suelo: maderas, piedra, polvo. Los
charcos de la lluvia se han hecho luego barro en los escombros, mientras el
viento golpeaba una ventana hasta dejarla ronca
de cristales.
Cómo me gustan las casas abandonadas, siempre queda en ellas algo de quienes la habitaron. El poema define este
ResponderEliminarhecho impecablemente. Un abrazo.
¿A que sí, María José? Este relato va justamente de una casa abandonada hace mucho tiempo...
EliminarPermanecen las huellas, los latidos, más allá del tiempo...
ResponderEliminarCierto, María José. Me encanta cómo lo has explicado.
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