Al principio rondaba por el dormitorio, por la
cocina, por el porche, sin atreverme a
explorar otros espacios más allá de la casa. Así percibí su latido secreto, de
sigilosos ecos, como un batir de alas, como un minúsculo parpadeo, como un
pulso continuo y silencioso. No había nadie en la casa vacía; nunca ha habido
después nadie.
Luego empecé a vagar por el valle, por la colina de
almendros, por el río, como si tomara
posesión de todo. Fuera de la casa el tiempo es un círculo cerrado. Los días y
las noches se suceden idénticos sobre el paisaje; en cadencia inmutable, se
repiten sin desviarse del curso decretado. Atrapados como en un sortilegio,
giran sin pausa, en un compás meticuloso y ciego. Una constante primavera posee
este paisaje que amé tanto, lo eterniza en su más bella esencia para que lo
recorra mi mirada de bruma.
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