Tuve que salir a buscarte. Caí cerca del río. Mi cabeza se golpeó en una piedra y quedé ahí, sumergida, con los ojos abiertos y todo se convirtió en olor a barro. Detenida en el recodo, entre cañas, piedras y ramas desgajadas. Para siempre detenida en el recodo del río, envuelta en algas y mirando al cielo.
Ya no
pude volver a verte, ni volver a la casa, ni mecerme a la hora de la siesta,
cuando arde el valle y cantan las cigarras. Ya no vi más el río, ni la colina
donde crecen los almendros. Ya no corté claveles rojos para mi pelo, ni sentí
tus caricias, ni escuché más tu voz.
En la palma de la mano llevamos escrita una fecha con la letra invisible del destino.
ResponderEliminarMaría José, qué cierto.
Eliminar