Papá, estoy con las manos apoyadas en la
barandilla verde. Abajo está el jardín. No lloré por el pájaro muerto en la
jaula. Pero lloré por ti en mi corazón. No te dije nada.
–Ha hecho mucho calor y por eso se ha
muerto. ¡Qué lástima de mi jilguerillo!
Te oigo todavía, papá. Te escucho y te veo
triste frente a la jaula. Ya no puedo hacer nada y el amor queda tan lejos. Era
un mediodía amarillo como las plumas del pájaro muerto, con tu pena en los ojos
y en la voz, papá; un rubor en tus mejillas. En la mirada puramente pena. No
lloré por el pájaro muerto en la jaula. Pero lloré por dentro, papá.
Ya no puedo hacer nada. No es posible llorar
ahora los momentos que pasaron; se fueron. Han caído tantos días, unos sobre
otros, hasta hacer un inmenso piélago de tiempo y tú te has ido ya.
Volver al océano. A mí me gustaría encontrar
un sitio donde refugiarme y sentirme segura. O encontrar una madriguera lo
suficientemente cálida para quitarme este frío que me nace de dentro. Quizás la
muerte sea la respuesta de todas las plegarias, la explicación de la nostalgia,
la culminación de los deseos, la consecución de todas las aspiraciones.
Papá, sé que me diste cuanto te fue posible
darme. Yo tenía tres años. Me recuerdo muy feliz leyendo, sentada en tus
rodillas. A de araña, E de elefante, I de iglesia, O de oso, U de uvas. Todavía
conservo este recuerdo cálido y hermoso.
También me compraste un muñeco muy bonito,
que tenía una cuna. Y yo lo tapaba y lo dormía cantándole una nana. Quiero que
sepas que te quiero, papá.
Tengo esta tristeza que me viene de pronto y
me sorprende en medio de una hora, de un momento aséptico, inocente. Esta
tristeza endémica que me aletarga a ratos.
El orden sentimental
(fragmento).
En Este pasar despacio sin sonido
© Asociación Colegial de Escritores de España, sección
autónoma de Andalucía
Pp. p.150-152
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