Me envuelvo en la luz
que se filtra a través de los cristales; soy un puntito brillante de su halo.
Junto a la chimenea, la luz se proyecta en las baldosas y las tiñe de un
amarillo dulce y reposado, delimita sus perfiles, descansa sobre ellas y les
presta brevemente algo de la viveza que tuvieron.
Sé que he pisado muchas veces estas baldosas,
he colocado la leña sobre ellas antes de encender el fuego; he sacado la ceniza
de la chimenea. Recuerdo el suelo tiznado y yo, agachada, frotándolo con un
trapo húmedo. Luego me levantaba y lo miraba satisfecha. Las baldosas eran de
un oscuro color rosado. Ahora un polvo sólido y antiguo las cubre y las oculta.
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