Entré en mi
casa antigua y me he vuelto oscura para ti. Todo ese sortilegio de las noches
insomnes, del dorado fulgor entre los
árboles ha concluido. Ya no reino en tu corazón ni tú en el mío. Se ha disipado
el vértigo y se ha hecho noche en aquel
sueño nuestro de penumbra. Ahora soy una sombra de gesto impenetrable. Dejo que
deposites en mi gesto tus ojos. Que me contemples en esta muerte mía necesaria.
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