Púrpura de cristal, este libro,
hermoso e intenso, duele como una herida
en muchos de sus versos. Duele y sangra todavía tristeza e impotencia. Un
léxico sencillo, una envoltura elegante y contenida. Un dolor expresado en
imágenes directas, tajantes y desgarradoras que nos conmueven a todos por su
universalidad. Que nos recuerdan la intensidad del dolor de la vida. Que nos
dejan sin aliento y, a veces, sin consuelo. Es un libro hermoso y triste, cuyo
discurso, certero, es difícil refutar.
El libro está
dedicado a la madre de la autora, desaparecida hace poco tiempo. Y la presencia
de la madre se lee en la mayoría de los versos: la madre como maestra de vida,
la madre como dolor por su enfermedad o su pérdida; la madre como nostalgia de tiempos más felices, de
refugio perdido, de amparo que ya no es.
La madre,
presente desde siempre en la vida; la madre enferma, y el dolor de la muerte.
En Púrpura de cristal están las
ensoñaciones en que nos refugiamos tantas veces, la adolescencia frágil y, a
pesar de todo, esperanzada: la vida por delante porque es posible creer que es
posible todo. En el poema
Hábito infantil, esta esperanza intacta de la juventud:
En
esas infinitas horas de sol y de verano (…)
De los tiempos
felices al mazazo de la vida sin rodeos. La vida que te golpea directamente, te
frena en seco con una crudeza sin paliativos. La vida que te enfrenta al dolor
y a la enfermedad de un ser querido. Y te deja frente al vacio y te empuja para
que vayas cayendo lentamente hacia el fondo. Con tiempo suficiente para ver cómo
todo se pierde. En el poema Látigo:
Y
la espera es un eterno pasillo
de
arenas movedizas
donde interminablemente
te
hundes.
La vida y su
negrura, la vida como una amenaza y como
un enemigo.
Y la esperanza
como falacia, como mentira que, sin embargo, embauca, funciona y nos permite
seguir sin tirar la toalla, en el poema Sin
importancia:
Que la esperanza sea una falacia
una burbuja de aire a la que te agarras
para no caer(…)
El horror de la
realidad: la enfermedad o la muerte que se soportan con estoico silencio, con
contención y callado dolor.
La poeta es una
voz desnuda y desarmada en su dolor, y el dolor mismo, un monólogo que se
prolonga.
Monólogo
Retumba
El mismo dolor.
Inagotable
su monólogo.
El modo de la
autora es decir muy bajito: susurrar el dolor, la decepción, la herida que el
mundo nos inflige continuamente. Y, por otra parte, huir del dolor por el camino de la literatura.
Y una imagen platónica: La idea de no poder mirar la vida
sin deslumbrarse, demasiados incendios, en el poema Tránsito:
Volver
de la muerte
–la
noche y su delirio,
el
amanecer púrpura y su escarcha–
para
mirar la vida
y
no ver nada:
solo
su resplandor
El libro se
cierra en forma circular con un hermoso poema a la madre, Nuestro
dique. Y estos versos:
Quiso
levantar nuestros cimientos con sólido hormigón
para
lo que nos pudiera venir.
Bella reseña, Isabel.
ResponderEliminarEl poemario es hermoso como un jardín de rosas, en sus espinas el dolor y la tristeza sangran.
Un abrazo.
Querida María José, muy de acuerdo contigo: una apreciación certera la tuya.
EliminarSiempre me gusta leer lo que escribes. Un abrazo, amiga.