De viaje por Cataluña me lleno de su paisaje, el hermoso
paisaje de Lleida. De paso por los pueblos, distingo algunas banderas
independentistas, no demasiadas, es cierto; las suficientes para afligir
mi mirada sobre el paisaje. Yo no puedo evitar percibirlas como una acto
manifiesto de enemistad, como un signo de hostilidad que me entristece
profundamente.
Las banderas, en puridad, son telas hinchados al viento,
lo más de las veces teñidas de vistosos colores; paradójicamente tienen la
virtud de convertirse en resortes que disparan impulsos de irracionalidad de
consecuencias imprevisibles. ¿Quién podría sospechar tamaña fuerza en una
simple tela, verdad? Y luego, junto a la bandera, la lengua. ¡Ay! Ojalá
habláramos por telepatía. Lenguas y banderas: herramienta inocua de
comunicación la primera; símbolo inocente la segunda, muestras del instinto
gregario y de la necesidad de pertenecer a algo, como si el hecho de pertenecer
todos al mundo no fuera suficiente identidad.
Las banderas, unas telas de colores al viento. Una
pequeñez, sí, las banderas, pero ¡ay, maldición! , con frecuencia, como a las
pistolas, a las banderas también las carga el diablo. Como a las lenguas. Una
lengua es simplemente una manera particular de interrelacionarnos con los
otros. No tiene nada de malo, de entrada. Banderas y lenguas, nada, cosas
sencillas, sin mala intención. Naturales. Sin embargo, con frecuencia…
¡Ay, qué pena más grande!
En las cercanías de Coll de Nargó, el Segre es un
despliegue generoso de agua y vegetación entre montañas. Veo, muy pegadito al
río, un precioso arbolito que se inclina sobre el agua. Mantengo este diálogo
mental con el arbolito:
–Arbolito, ¿tú eres catalán?
–No sé nada de eso–me responde por telepatía.
– ¿Qué piensas del nacionalismo catalán? Te
especifico más. ¿Qué te parece el independentismo que están instigando a
cal y canto desde la Generalitat? Es más, ¿qué opinas de la política
descaradamente hostil a todo vestigio de españolidad? Más aun, ¿qué te sugiere
el rechazo, sutil pero firme, el acoso, a veces no tan sutil, que promueven
desde las instituciones hacia los hablantes de español en
Cataluña? Incluso más todavía, te inquiero: ¿en tu opinión, se están
respetando los derechos humanos y, en concreto, los Art. 1,2,7, 23, que consagran la no discriminación por razón de, entre otros, el idioma que se habla? Quizás te he hecho
demasiadas preguntas de una vez. No te haré más, mas responde, por favor,
arbolito.
El arbolito se irguió levemente y me respondió, siempre
por telepatía:
–Yo estoy aquí, junto al río. Estoy bien pues tengo
cuanto quiero. El sol me cosquillea entre las ramas, y el viento, gentil,
me mueve. Estas aguas del río, tan limpias, me riegan y esta tierra me nutre.
Ninguno de ellos tiene bandera. No tienen lengua propia ni ajena. No tienen
lengua; hablan con su ser y yo no necesito más.
Isabel Martín Salinas dixit
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