jueves, 21 de febrero de 2019

PÚRPURA DE CRISTAL ANA ISABEL ALVEA SÁNCHEZ




Púrpura de cristal, este libro, hermoso e intenso,  duele como una herida en muchos de sus versos. Duele y sangra todavía tristeza e impotencia. Un léxico sencillo, una envoltura elegante y contenida. Un dolor expresado en imágenes directas, tajantes y desgarradoras que nos conmueven a todos por su universalidad. Que nos recuerdan la intensidad del dolor de la vida. Que nos dejan sin aliento y, a veces, sin consuelo. Es un libro hermoso y triste, cuyo discurso, certero, es  difícil refutar.  
El libro está dedicado a la madre de la autora, desaparecida hace poco tiempo. Y la presencia de la madre se lee en la mayoría de los versos: la madre como maestra de vida, la madre como dolor por su enfermedad o su pérdida; la madre como nostalgia de tiempos más felices, de refugio perdido, de amparo que ya no es.
La madre, presente desde siempre en la vida; la madre enferma, y el dolor de la muerte.
En Púrpura de cristal están las ensoñaciones en que nos refugiamos tantas veces, la adolescencia frágil y, a pesar de todo, esperanzada: la vida por delante porque es posible creer que es posible todo. En  el poema Hábito infantil, esta  esperanza intacta de la juventud:
En esas infinitas horas de sol y de verano (…)   
De los tiempos felices al mazazo de la vida sin rodeos. La vida que te golpea directamente, te frena en seco con una crudeza sin paliativos. La vida que te enfrenta al dolor y a la enfermedad de un ser querido. Y te deja frente al vacio y te empuja para que vayas cayendo lentamente hacia el fondo. Con tiempo suficiente para ver cómo todo se pierde. En el poema Látigo:
Y la espera es un eterno pasillo
de arenas movedizas
donde  interminablemente
te hundes.
La vida y su negrura,  la vida como una amenaza y como un enemigo.
Y la esperanza como falacia, como mentira que, sin embargo, embauca, funciona y nos permite seguir sin tirar la toalla, en el poema Sin importancia:
Que la esperanza sea una falacia
una burbuja de aire a la que te agarras
para no caer(…)
El horror de la realidad: la enfermedad o la muerte que se soportan con estoico silencio, con contención y callado dolor. 
La poeta es una voz desnuda y desarmada en su dolor, y el dolor mismo, un monólogo que se prolonga.

Monólogo
Retumba
El mismo dolor.
Inagotable
su monólogo.

El modo de la autora es decir muy bajito: susurrar el dolor, la decepción, la herida que el mundo nos inflige continuamente. Y, por otra parte,  huir del dolor por el camino de la literatura.
Y una imagen  platónica: La idea de no poder mirar la vida sin deslumbrarse, demasiados incendios, en el poema Tránsito:
Volver de la muerte
–la noche y su delirio,
el amanecer púrpura y su escarcha–
para mirar la vida
y no ver nada:
solo su resplandor
El libro se cierra en forma circular con un hermoso poema a la madre,  Nuestro dique.  Y estos versos:
Quiso levantar nuestros cimientos con sólido hormigón
para lo que nos pudiera venir.

Isabel Martín Salinas





2 comentarios:

  1. Bella reseña, Isabel.
    El poemario es hermoso como un jardín de rosas, en sus espinas el dolor y la tristeza sangran.

    Un abrazo.

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    1. Querida María José, muy de acuerdo contigo: una apreciación certera la tuya.
      Siempre me gusta leer lo que escribes. Un abrazo, amiga.

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